Mi taxi

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martes, 30 de junio de 2015

Hidalgott, el hijo del Godo.

Fragata Valeaur remolcando al navio Stanhope
Martín Hidalgo Segovia miraba por el entrecejo la popa de aquel navío corsario de Inglaterra que huía a todo trapo. Los enemigos de España preferían el escorbuto, la peste o la horca en Londres, antes que un abordaje español.
 Martín sentía una mezcla de ira y alegría atávica que le acompañaba siempre en los momentos previos al abordaje, le hervía la sangre goda que sus ancestros subieron primero de Toledo a Asturias tras el desastre de Guadalete, y luego bajaron a Segovia en la repoblación del Guadarrama, para defender el viejo paso romano de la Fuenfría de la maldición mora.
 El navío corsario, de factura inglesa, era muy rápido pero todos sabían que el Comandante Valdés, consumado navegante, cuestión de tiempo, lo iba a dar caza. Puestos a su altura, tras una andanada completa que desarbolaría el barco, sin dar más tiempo, lanzarían los ganchos y presa la pieza, él con el destacamento de abordaje al mando del joven Teniente Espinosa, abordarían al corsario mostrando la misma piedad que esperaban recibir.
Hacha de abordaje
 El comandante, con el navío enemigo fijado por los ganchos, permanecía hierático en el alcázar, observando la maniobra de abordaje, expuesto al fuego enemigo, despreciando el peligro, consciente de que su actitud era la referencia para los hombres que se entregaban totalmente en la lucha cuerpo a cuerpo. Éste observaba atónito, junto a sus acompañantes en estado de catarsis, la forma de combatir de Martín que nada tenía que ver con el el uso normal de Daga y espada del resto. Martín enarbolaba las hachas de abordaje y acostumbrado a podar los fresnos del Soto de Madrona, cercenaba los miembros del cuerpo de sus enemigos de un golpe de hacha seco y certero como los que daba para rapar los troncos de las fresnadas.
 En su servicio en los tercios de mar, Martín además había aprendido a lanzar el hacha hasta el punto de herir con el filo o la punta a voluntad. Nada mas lanzar una de las hachas, Martín esgrimía la daga vizcaína que llevaba ceñida al cinto y que manejaba como un escorpión su aguijón.  Después de los combates salía de trance, acababa exhausto y ensangrentado. Sólo después de lavarse con agua de mar sabía cuánta de aquella sangre era suya o de sus enemigos porque a Hidalgo siempre le herían ya que no dejaba de dar un hachazo de más ni de recibir un tajo de menos. Mientras cosían a Martín en cubierta, sin manifestar ni un asomo de dolor, el Teniente Espinosa le defendía de las chanzas y las burlas en las reuniones de oficiales, también lo hacía ante las reservas, frente a aquel bestialismo, del comandante y el capellán asegurando que era disciplinado en la táctica y combatía con lucidez y que las hachas de abordaje siempre habían estado en los navíos de linea y Martín estaba en su derecho de elegir estas armas y además lo hacía con maestría.
 El joven Teniente Espinosa después de cada combate sugería a Martín que fuera más comedido en la lucha pues haciendo a su manera daba pábulo a quienes pensaban que estaba endemoniado y además se exponía en exceso. Martín se encojía de hombros y contestaba que era un buen cristiano y que ningún sentimiento oscuro había en él y que se guardaba especialmente del odio en la lucha pues le había dicho su abuelo:"Cuidate de llevar el odio a la batalla pues éste nubla la razón, convoca al maligno y ahuyenta la victoria". El joven teniente Espinosa escuchaba las razones de Martín como si estuviera oyendo al mismísimo Ramón de Bonifaz pues en dos ocasiones, en el fragor de la lucha, cuando ya se entregaba a la muerte, había aparecido Martín al grito de ¡¡Al tenienteee!! como un salvífico viento de popa y el empuje de una andanada de 36 libras, recibiendo la mitad de tajos que daba y trayéndolo de las fauces de la muerte a la euforia de la vida en premio a una nueva victoria. Espinosa se sentía afortunado de tener a su lado, combatiendo en los abordajes, a un lobo del Guadarrama.
Daga vizcaína


Un recuerdo emocionado a Don Blas de Lezo.