
Poco puede hacer la condición humana, en esta
vita incognita,
para dar sentido a su existencia. Quizás dejarse llevar por la corriente de la ignorancia y esperar llegar a buen puerto, como aquellas desvencijadas naves de la primera empresa del Descubrimiento, que fuera de rumbo, se abandonaron en la corriente del golfo quien predestinadamente les trajo de nuevo al viejo mundo.
El sentido de nuestra existencia es un nudo gordiano que no se puede deshacer con un golpe de espada y los que han intentado desenmadejarlo, tras desazonarse, solo han podido dar el paso de
la justicia. La primera virtud cardinal. La que pidió Salomón al incondicional ofrecimiento de Dios. La cuarta bienaventuranza del sermón de la montaña. Es la forma más difícil de obrar:
la justicia. El objetivo de nuestra existencia:
ser justos.

De la misma manera que, en el plano inmaterial y atemporal, nuestra psique se encamina hacia la justicia, nuestro cuerpo, en esa iniciación y aprendizaje, dándonos el mayor tiempo posible, lucha contra
la entropía. Su destino inevitable es la
máxima entropía. La vida es el mayor desafío a la entropía pero al final sucumbe. Abandonar la lenta vibración de los hadrones de la materia para acelerarse hasta la "apoteosis" y devenir en energía, allí donde todo está
justo en su sitio.