Mi taxi

Mi taxi

domingo, 27 de diciembre de 2015

La nada nunca existió, porque siempre fue el Creador y su voluntad, de la que surgimos todos, también los Nibelungos.


Rey Nibelungo y su enano
Cerrada la noche, el navío crujía suavemente, mecido por las tranquilas aguas del Pacífico.
 Martín Hidalgo Segovia se apartaba cautelosamente de la oscuridad porque la sugestión hacía presa de él, después de la esforzada lectura de los miércoles por la noche, momento reservado para ejercitar el español, de obligado conocimiento en el recién creado cuerpo de infantería de marina
 Había  caído en sus manos un incunable heredado de un viejo soldado de los tercios de mar, hermano de armas, que había  muerto en sus brazos tras una escaramuza con una flotilla holandesa en el cabo de San Vicente. Juntos rezaron, tras otra nova victoria, a viva voz, un padre nuestro mientras aquel veterano que agonizaba clavando sus ojos en los suyos, le dijo en su último aliento:"Siempre he hecho la voluntad del padre, que está en los cielos"
 Aquel  libro era una traducción impresa del Cantar de los Nibelungos. Así Martín supo, que los Alemanes también tenían su cantar de gesta. El Mío Cid era más antiguo y épico, pero si ciertos eran Don Rodrigo y sus hijas Doña Blanca y Doña Sol y los Infantes de Carrión ¿Por qué dudar de la existencia del Rey Nibelungo y su anillo de poder, de Sigfrido o del enano custodio? Después de leer un capítulo y cerrar de un golpe seco las cubiertas de piel de aquella joya anónima de la literatura germana, Martín creía poder ver un Nibelungo en cubierta o al enano entre los vértices del armazón de aquel viejo navío de línea o un dragón que atacaba la nave desde el aire.
Sigfrido matando al Dragón
 Para Martín un libro era una referencia de la verdad y aquel incunable era todo un desafío a su criterio puesto que, después de años de travesía por todo el orbe conocido o desconocido, jamás había visto dragones ni enanos ni había oído hablar de los Nibelungos. 
 Tras muchos miércoles de dudas y largos ejercicios de inteligencia consideró que, aunque un libro diera cuenta de ellos, aquellos seres eran obra de la fantasía de un hombre y no de la voluntad del creador y lo que contenían los libros no era la verdad absoluta y debía tener cuidado con lo que leía puesto que seguramente era mentira o peor aún, medias verdades.
Muerte de Sigfrido 





domingo, 6 de diciembre de 2015

Conoce tus miedos, conocete a ti.

Sobre la estrecha puerta de suelo por la que nos adentramos en nosotros mismos, casi todos, tenemos colocado un yunque. Como mucho, en contadas ocasiones, tras un sueño inquietante, hemos intentado dar sentido, de entre lo poco que logramos recordar, a todos los absurdos que sentimos tan vívidos. Meditabundos, tras unos instantes, sufrimos el esfuerzo de pensar, e instintivamente pasamos a la simpleza del mundo de la vigilia.
 Instalados en la superficie de la psique, nos centramos en lo físico, y por pura proximidad, en nuestro propio cuerpo. Lo llevamos al exceso y, una vez manido, éste nos es ajeno, como un anticipo de la muerte.
 Si en verdad quieres conocerte, empuja con fuerza el yunque, abre la puerta y baja las escaleras hasta que por falta de luz tengas que adivinar los peldaños. Cuando surja el temor... Para!
 Conoce tus miedos, conócete a tí.






jueves, 12 de noviembre de 2015

El sórdido disfrute de la decadencia.

Si resumiéramos la vida en un gráfico, la linea resultante se asemejaría a una trayectoria balística común. Tras un fuerte empuje, una rápida ascensión, una suave frenada en la cumbre y un descenso acelerado hasta volver al barro donde fuimos moldeados.
 A la mayoría de nosotros la consciencia nos es propia ya en el descenso, y como no supimos complacernos en la esencia de la vida hasta pasado el apogeo, no nos queda más remedio que aprender a deleitarnos en el sórdido disfrute de la decadencia.
 Martín Hidalgo Segovia, reconoció esa perversión en un servicio de taxi que recogió en la calle de los coches. Una mujer ya en la cincuentena, elegante y sobria, esperaba al taxi agarrada a los asideros de una silla de ruedas en la que descansaba, desorientada, su octogenaria madre. Rápidamente reconoció los síntomas del alzheimer en aquella señora que tras negarse a subir al taxi en un quejido de dolor se sosegaba de repente al ver la vegetación a la bajada de la cuesta de los hoyos.

 El destino era una finca de recreo en la ribera del Eresma. Una casona arropada por árboles viejísimos y cercada por una recia valla de piedra que cerraba una chirriante puerta de hierro. Al entrar, el estado de abandono era impactante. Una piscina vacía y agrietada seguida por un erial con vegetación espontánea al pie del porche que amenazaba con hundirse. Aquella familia a punto de volver al barro junto con sus antiguas propiedades había sumido a Martín en la más absoluta tristeza, al borde del llanto. Pero de repente, quizás a modo de defensa, se dio cuenta de que aquel entorno le parecía bellísimo. La mujer anciana al verse sentada bajo el porche comenzó a recordar y, como por ensalmo, se sosegó contagiándoselo a su hija que cambió el gesto.
 Martín cobró el servicio, subió a su taxi y en el corto camino hacia la salida todo le pareció bonito, bucólico, mejorado por la vejez como un buen vino y así, por primera vez, se complació en el sórdido disfrute de la decadencia.

lunes, 26 de octubre de 2015

¡Ave, Pablo Voreno!

Gladius Hispaniensis
Haber nacido en Lacio significaba dominar el idioma oficial de aquel joven estado que se hacía paso por la ribera del Mare Nostrum a golpe de Gladius.
 Por la unión de tres tribus había llegado a merecer sostener el peso de la civilización. Desde el creciente fértil, en Mesopotamia, siempre de oriente a occidente, ésta había pasado de Egipto a Grecia y por dimisión a Roma.
 En el idioma escrito descansaba la burocracia que marcaba la diferencia entre la tribu y el estado. Así Pablo había llegado a ser oficial del ejército de Roma, leyendo órdenes y cumpliéndolas de forma mecánica.
 Tras diez años de soldado disciplinado, feroz y superviviente, un ascenso forzado por las bajas le había hecho Centurión.
Calzada paso de la Fuenfría
 Pablo llevaba ya veinte años de servicio militar a la República cuando su Legado le mandó ir al centro de Hispania a combatir a un pueblo bárbaro que se hacía llamar Arévaco. Éstos dominaban una fortaleza que guardaba el paso central de las montañas que partían en dos, norte y sur, la península ibérica. Sus órdenes eran tomar la Segobriga (Segovia) y asegurar así el interior de la cartaginense. Pablo sabía que militarmente, como siempre, vencerían en cuestión de meses pero la romanización sería más lenta y de esta manera su licencia a los veinticinco años de servicio podía verse aplazada.
 No sólo los Arévacos, también Betones y Vacceos capitularon en menos de un año. La mitad de la población murió en combate, por suicidio o ejecución. La otra mitad aceptó la romanización. El centurión Pablo Voreno aconsejó a su Legado no esclavizar a los rendidos pues éstos no eran un pueblo dócil y se suicidaban al saberse en posesión de otro y así no servían a los intereses de la República. Mejor darles la condición de plebeyos a cambio de construir la calzada y el acueducto, necesarios para hacer de Segovia una plaza fuerte.
Azud del Acueducto de Segovia
 Las obras del acueducto y la calzada terminaron y el servicio militar de Pablo también lo hizo con ellas. Así le correspondió por la jubilación seis mil jugerum a doce millas romanas al norte de Segovia. Sus tierras se encontraban rodeadas de las de otros soldados eméritos. Todos ellos formaron prósperas villas romanas. A la suya la conocían como los Campos de Pablo (Camp d pablo-Campdpalos- Cantimpalos) y más al noreste los Campos de Alejo, su optio (Camp d Alejo- Campdalejo- Cantalejo) y mucho más al norte los Campos de Pedro, su mejor soldado (Camp de Pedro- Campdapero- Campaspero).
 La Cohorte de Pablo Voreno trajo la civilizacion no sólo en la tinta de sus plumas y legajos, también en el filo de sus gladius hispaniensis y en las formaciones de su táctica militar. Su huella personal aún hoy perdura en nuestros topónimos.
Moneda en estudio



 ¡AVE, PABLO VORENO!
 Terra vestra adhuc portare nomen tuum.
(Tus tierras aun llevan tu nombre.)

*El texto obedece a una interpretación libre de la historia.

martes, 30 de junio de 2015

Hidalgott, el hijo del Godo.

Fragata Valeaur remolcando al navio Stanhope
Martín Hidalgo Segovia miraba por el entrecejo la popa de aquel navío corsario de Inglaterra que huía a todo trapo. Los enemigos de España preferían el escorbuto, la peste o la horca en Londres, antes que un abordaje español.
 Martín sentía una mezcla de ira y alegría atávica que le acompañaba siempre en los momentos previos al abordaje, le hervía la sangre goda que sus ancestros subieron primero de Toledo a Asturias tras el desastre de Guadalete, y luego bajaron a Segovia en la repoblación del Guadarrama, para defender el viejo paso romano de la Fuenfría de la maldición mora.
 El navío corsario, de factura inglesa, era muy rápido pero todos sabían que el Comandante Valdés, consumado navegante, cuestión de tiempo, lo iba a dar caza. Puestos a su altura, tras una andanada completa que desarbolaría el barco, sin dar más tiempo, lanzarían los ganchos y presa la pieza, él con el destacamento de abordaje al mando del joven Teniente Espinosa, abordarían al corsario mostrando la misma piedad que esperaban recibir.
Hacha de abordaje
 El comandante, con el navío enemigo fijado por los ganchos, permanecía hierático en el alcázar, observando la maniobra de abordaje, expuesto al fuego enemigo, despreciando el peligro, consciente de que su actitud era la referencia para los hombres que se entregaban totalmente en la lucha cuerpo a cuerpo. Éste observaba atónito, junto a sus acompañantes en estado de catarsis, la forma de combatir de Martín que nada tenía que ver con el el uso normal de Daga y espada del resto. Martín enarbolaba las hachas de abordaje y acostumbrado a podar los fresnos del Soto de Madrona, cercenaba los miembros del cuerpo de sus enemigos de un golpe de hacha seco y certero como los que daba para rapar los troncos de las fresnadas.
 En su servicio en los tercios de mar, Martín además había aprendido a lanzar el hacha hasta el punto de herir con el filo o la punta a voluntad. Nada mas lanzar una de las hachas, Martín esgrimía la daga vizcaína que llevaba ceñida al cinto y que manejaba como un escorpión su aguijón.  Después de los combates salía de trance, acababa exhausto y ensangrentado. Sólo después de lavarse con agua de mar sabía cuánta de aquella sangre era suya o de sus enemigos porque a Hidalgo siempre le herían ya que no dejaba de dar un hachazo de más ni de recibir un tajo de menos. Mientras cosían a Martín en cubierta, sin manifestar ni un asomo de dolor, el Teniente Espinosa le defendía de las chanzas y las burlas en las reuniones de oficiales, también lo hacía ante las reservas, frente a aquel bestialismo, del comandante y el capellán asegurando que era disciplinado en la táctica y combatía con lucidez y que las hachas de abordaje siempre habían estado en los navíos de linea y Martín estaba en su derecho de elegir estas armas y además lo hacía con maestría.
 El joven Teniente Espinosa después de cada combate sugería a Martín que fuera más comedido en la lucha pues haciendo a su manera daba pábulo a quienes pensaban que estaba endemoniado y además se exponía en exceso. Martín se encojía de hombros y contestaba que era un buen cristiano y que ningún sentimiento oscuro había en él y que se guardaba especialmente del odio en la lucha pues le había dicho su abuelo:"Cuidate de llevar el odio a la batalla pues éste nubla la razón, convoca al maligno y ahuyenta la victoria". El joven teniente Espinosa escuchaba las razones de Martín como si estuviera oyendo al mismísimo Ramón de Bonifaz pues en dos ocasiones, en el fragor de la lucha, cuando ya se entregaba a la muerte, había aparecido Martín al grito de ¡¡Al tenienteee!! como un salvífico viento de popa y el empuje de una andanada de 36 libras, recibiendo la mitad de tajos que daba y trayéndolo de las fauces de la muerte a la euforia de la vida en premio a una nueva victoria. Espinosa se sentía afortunado de tener a su lado, combatiendo en los abordajes, a un lobo del Guadarrama.
Daga vizcaína


Un recuerdo emocionado a Don Blas de Lezo.

lunes, 18 de mayo de 2015

La Proximidad sensible. El sexto sentido.

 Nada más cansado que intentar escrutar la realidad con nuestros limitados sentidos. Aun así tenemos la esperanza de que, con la ayuda de nuestra tecnología, podamos meter, a grandes rasgos, la comprensión somera de la creación en nuestra cabeza.
 Para abarcar la realidad, nuestro cerebro sólo dispone de nuestros cinco sentidos, aunque hay quien piensa que existe un sexto sentido, que por razones evolutivas, hemos perdido o se nos ha atrofiado al dejar de ser presas o depredadores. Este es el de la Proximidad sensible que es la capacidad de percibir y ubicar el contenido del espacio que nos rodea, y por contenido se entiende todo lo vivo y lo inerte. Es decir, sin necesidad de los cinco primeros sentidos saber que hay algo o alguien detrás de nosotros, o al otro lado de la pared, o en la otra punta de la galaxia, según lo desarrollado que tengamos nuestro "sexto sentido".
 Todos los sentidos tienen un órgano que les habilita y por más que buscamos no encontramos el que corresponde a la proximidad sensible. Damos por hecho que, estando la proximidad sensible en el terreno de lo metafísico, su órgano correspondiente también lo estará y ya desde las primeras civilizaciones mesopotámicas, se atribuía el origen de capacidades similares a la proximidad sensible, a la glándula pineal."El tercer Ojo".
 Quién sabe si fuimos más elevados y hemos involucionado. Quién sabe si pensamos así porque somos más elevados y hemos evolucionado. Pero nuestro sexto sentido nos dice, que no somos el vértice de la pirámide en la cadena de depredación, y que por encima de nuestro nivel hay "otros" que nuestros cinco primeros sentidos no perciben.

jueves, 7 de mayo de 2015

Nuestra cuenta atrás hasta la expansión del Sol.




En contadas ocasiones la intimidad emocional más elevada del ser humano consigue perpetuarse y, casi siempre, lo hace en los dominios del arte. Una vez encontrado el medio de transmitir esa mezcla de sensaciones, emociones y consciencias, que no se pueden expresar a través de los medios habituales, el artista, que como todo ser humano mide el tiempo por la duración de su corta vida, olvida que su obra se sostiene en las leyes de la física: si escribe, el papel se descompondrá; si recita, su voz se la llevará el viento y si lo graba la interpretación sera reducida a frecuencias y vibraciones sintéticas; si pinta, da igual el soporte y el pigmento, también se desintegrará; si interpreta, por sí mismo o través de su avatar, la luz que alimenta nuestros ojos sólo será reflejada una vez y si lo graba sera la obra de un reproductor de imagen y sonido, no la suya. En este sentido, los escultores en piedra viva son la excepción porque, incluso los cementos y el hormigón, solamente duran quinientos años antes de convertirse en serrín y si eligen el vidrio no mas de cuatro mil. La piedra es parte natural del planeta y se mantendrá sólida sufriendo la erosión millones de años. Pero, como toda resistencia es inútil, ni nuestro planeta ni ninguna piedra resistirá a la expansión del sol, que engullirá la tierra cuando agote su hidrógeno en la fusión actual y comience a quemar su helio en la fisión que le espera. Al aumentar su tamaño miles de veces, seremos fagocitados por nuestra estrella, nosotros o lo quede de nosotros junto con el soporte físico del arte que contiene nuestro Ser más elevado, incluidas nuestras esculturas. Pero si quedara duda, también el sol se precipita lentamente hacia el centro de la galaxia, allí donde reina el agujero negro que la sostiene. Todo es cuestión de tiempo lineal, que según Einstein es sólo una invención práctica de nuestro cerebro. Después de todo tan sólo nos queda huir de este sistema estelar o aprender a cambiar la realidad con nuestra mente al modo de la audaz teoría de la matrix que tan familiar nos es, cómo si la hubiésemos "creado" nosotros mismos.


sábado, 25 de abril de 2015

Los símbolos del símbolo Felipe VI.

Dios guarde al rey nuestro señor Felipe VI, quien acaba de ceñir por proclamación la preciada corona de la monarquía más antigua del mundo, descontando la japonesa.
 Su augusto antecesor Felipe V, primero de su dinastía, fue entronizado dos veces: la primera por ultima voluntad de Carlos II y tras una buena guerra, como no; la otra por legítima sucesión, a la muerte de su amado hijo Luis I, en quien meses antes había abdicado el trono del Águila Bicéfala.
 Al ser proclamado por los representantes del pueblo, como antes lo hiciéramos los segovianos con su antecesora Isabel de Castilla y León, a Concejo Abierto, por aclamación, en el atrio de San Miguel, Felipe VI decidió quitar del escudo real la Cruz de San Andrés aportada a la monarquía hispánica por la Casa de Borgoña, dos troncos en aspa mal desramados a causa de las prisas para crucificar al "Primer Llamado". También tuvo a bien quitar el yugo y las flechas de los fundadores de España, Ysabel y Fernando de Trastamara, regalo mutuo de bodas en consonancia con sus iniciales. Su Majestad sabrá por qué pero, a nosotros los segovianos, no se nos olvidará el Conde Raimundo de Borgoña, yerno del rey Alfonso VI, quien tuvo el honor de dirigir la repoblación de estas tierras poco después de recuperarlas de la maldición mora. Siguiendo el modo habitual llamó a siervos del norte para acogerse al fuero que les daba su libertad. Aquellos primeros colonos acudieron a la llamada del Conde Raimundo y después de varias generaciones escaliando y roturando estas tierras con la espada ceñida al cinto, mirando de reojo los pasos del Guadarrama por los que entraban las racias moras, crearon la Ciudad que hoy nos impresiona. 
Juan Carlos I               Felipe VI                    
 El escudo de armas es un símbolo y como tal no quiere decir nada y lo dice todo. El Rey ha quitado La Cruz y, el Yugo y las Flechas. Retirar un símbolo significa tanto como ponerlo y la monarquía, en esencia, es un símbolo, que no dudarán en quitar también aquellos a los que pretende agradar su Magestad con su nuevo escudo "simplificado".

viernes, 27 de marzo de 2015

La isla de la justicia en el mar de la entropía

Poco puede hacer la condición humana, en esta vita incognita, para dar sentido a su existencia. Quizás dejarse llevar por la corriente de la ignorancia y esperar llegar a buen puerto, como aquellas desvencijadas naves de la primera empresa del Descubrimiento, que fuera de rumbo, se abandonaron en la corriente del golfo quien predestinadamente les trajo de nuevo al viejo mundo.
 El sentido de nuestra existencia es un nudo gordiano que no se puede deshacer con un golpe de espada y los que han intentado desenmadejarlo, tras desazonarse, solo han podido dar el paso de la justicia. La primera virtud cardinal. La que pidió Salomón al incondicional ofrecimiento de Dios. La cuarta bienaventuranza del sermón de la montaña. Es la forma más difícil de obrar: la justicia. El objetivo de nuestra existencia: ser justos.
 De la misma manera que, en el plano inmaterial y atemporal, nuestra psique se encamina hacia la justicia, nuestro cuerpo, en esa iniciación y aprendizaje, dándonos el mayor tiempo posible, lucha contra la entropía. Su destino inevitable es la máxima entropía. La vida es el mayor desafío a la entropía pero al final sucumbe. Abandonar la lenta vibración de los hadrones de la materia para acelerarse hasta la "apoteosis" y devenir en energía, allí donde todo está justo en su sitio.

jueves, 29 de enero de 2015

El Giro del Derviche.

revolucion- espiritual.com
Casi todas las personas, a lo largo de su vida, sienten con frecuencia que algo va mal pero no saben el qué. Es la consciencia de nuestra caducidad que, aunque la obviamos, ahí sigue. Es una sensación sutil, casi imperceptible, como un olor que dejamos de sentir por saturación pero que, después de una bocanada de aire fresco, descubrimos sorprendidos, que no se había ido.
Esta sensación, casi inconsciente, nos lleva a una leve desazón, que desaparece cuando, por casualidad, entramos en sincronía con el resto de la creación. Las sincronicidades nos alivian porque nos acercan a nuestra esencia atemporal e inmortal. Las percibimos de forma espontánea y breve. Nos dejan catatónicos, absortos en una especie de limbo gozoso pero nuestra futilidad es tozuda y rápidamente nos dejamos llevar por los siete velos de esta vida. Aun así existe, al menos, una manera de prolongar la sincronía en el tiempo, el giro.
 Todo gira en el universo, macro o cuántico. Alrededor de algo o sobre sí mismo. Dextrógiro o levógiro... pero todo gira. Y así, por emulación, también nosotros, como especie,  comenzamos a girar en las danzas rituales al ritmo de sonidos naturales y repetitivos.
 El Derviche al girar en la semá sobre su espina dorsal, entra en sincronía atemporal con el resto de la creación, se desprende de su individualidad y siente el alivio que anhelará hasta la próxima ceremonia.
  Nosotros jamás nos convertiremos en Derviches pero sí que acabamos sintiendo el mismo anhelo por la sincronía que sienten ellos entre ceremonia y ceremonia. Quién sabe si algún día encontraremos escondido en nuestra cultura nuestro Giro del Derviche.