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jueves, 4 de diciembre de 2014

La Madera de nuestros Ancestros.

Cruz Travada. Orden de Calatrava.
Bandera Almohade
Era una suave mañana de primavera del año de nuestro Señor de 1212. Frey Ruy Díaz de Yanguas, Maestre de la Orden de Calatrava y castellano de Salvatierra, exclave cristiano en territorio andalusí, clavado como puñal en la espalda Almohade, no dio orden de tocar la campana del coro, a la que los monjes calatravos acudían como corderos para orar, sino que mandó tocar el clarín de batalla, al que sus hermanos acudían como lobos para servir en el ejército de Dios, protegidos por la cota de malla y la coraza de la Fe. El ejército Almohade, al mando del Califa  Muhammad an-Nasir, plaga de langosta, en su avance por el paso central de la Península, al encuentro del ejército cristiano que el rey Alfonso preparaba en Toledo, no quiso dejar a su espalda la plaza fuerte de Salvatierra, y la habían sitiado para tomarla al asalto. Pese a la abrumadora inferioridad numérica, Frey Ruy Díaz, que antes asoló castillos, no podía abandonar o rendir la plaza, por el incólume honor de la orden y el suyo propio, sin el convenio de su Rey en la tierra, al que había mandado un correo que aún no había traído respuesta. Mientras ésta llegara, defenderían la fortaleza, tajamar de la cristiandad, hasta la última gota de sangre del último hermano que quedara en pie.
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 Todos los monjes calatravos reunidos en el patio de armas del castillo sintieron que era un día de júbilo. El Maestre, después de asegurar la defensa de la fortaleza, escogió a trescientos hermanos, sargentos y caballeros, que cargarían con él sobre unos veinte mil sarracenos para ganar tiempo para su rey en la preparación del gran ejercito cruzado, y para el correo que traía la venia real para retirarse del castillo y evitar un sacrificio inútil. Les dio dos buenas nuevas: hoy su orden sería el instrumento de la ira de Dios, hoy éllos el brazo fuerte que sostiene su espada y casi todos, esa mañana, verían por fin el rostro de nuestro Señor Jesucristo. Mandó subir el rastrillo, tender el puente levadizo, y en columna de a tres, testud contra grupa, hermano hombro a hermano, cargaron contra la turba sarracena en maniobra relámpago. Entraron como cuchillo en la manteca. Ruy Díaz, decidido, embridó su caballo y cerró contra la tienda del Califa. Un cuerpo de caballería andalusí, consciente de la maniobra, refrenó la carga Calatrava, teniendo así que dar el maestre orden de retirada al refugio de los lienzos del castillo. Ya habían caído la mitad de los monjes calatravos,  y de la exigua columna la mitad refrenaron sus monturas  dando media vuelta, y sosteniendo la posición se inmolaron pundonorosos por dar tiempo para la salvación del resto de sus hermanos.
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Castillo de Salvatierra.
Los pocos supervivientes de la carga calatrava, nada mas verse a salvo tras los muros del castillo, se tiraron de sus monturas a hinojos, defraudados por su supervivencia, sintiéndose no merecedores de su vida, para rezar por sus hermanos y pedir a Dios una muerte tan honrosa como la de ellos y una causa que les permitiera vivir con honor. Hallaron después su vivendi causa en la preparación de la gran batalla campal de las Navas de Tolosa. Ruy Díaz murió semanas después de ésta, a consecuencia de las heridas recibidas defendiendo la enseña de su Orden en el cuerpo central, yunque de infieles. El Califa, aquella mañana, supo de qué madera estaban hechos los hombres que defendían Salvatierra, y con el alma encojida, por ver su muerte tan cercana, sintió que la Cruz tendría esas tierras per saecula saeculorum.
           

1 comentario:

  1. Ese espíritu ya no existe, desapareció. ¡Que valía la de aquellos hombres!.

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